Hay hombres que se ruborizan de haber amado a una mujer el día que se dan cuenta de que ella es idiota. No son sino sabihondos vanidosos, hechos para parecer los cardos más impuros de la creación o para ramonear los favores de unas medias azules. La tontería es a menudo el ornamento de la belleza; es ella quien da a los ojos esa limpidez tranquila de los estanques negruzcos y esa calma aceitosa de los mares tropicales. La idiotez es siempre la conservadora de la belleza; aleja las arrugas, es un cosmético divino que preserva a nuestros ídolos de los mordiscos que el pensamiento nos reserva a nosotros, ¡viles sabios que somos!
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